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Jul 05, 2014 Redacción Gibraltar, Noticias 0
Según la teoría más extendida en el campo de la biología evolucionaria, hace aproximadamente 1,8 millones de años, el ser humano experimentó varios cambios: el tamaño de su cerebro se incrementó, su sistema digestivo se encogió y comenzó a caminar erguido. Ningún simio había experimentado tal fenómeno hasta el momento. Se trataba de un hito notable en la historia de la evolución humana.
El ancestro en cuestión, el homo erectus, era capaz de cazar y utilizar utensilios sencillos. Su dieta se basaba más en la carne que en alimentos de origen vegetal, lo cual implicaba un mayor consumo de calorías. Los humanos habían dejado de ser simios que trepaban árboles e invertían gran cantidad de tiempo en buscar comida para convertirse en cazadores erguidos que comían principalmente carne y eran capaces de recorrer largas distancias. Desde un punto de vista evolucionario, era tal la importancia de esta transformación que, en su momento, los descendientes del homo erectus —el homo sapiens de nuestros días— colonizaron con facilidad hasta el rincón más lejano del planeta.
Hace unos años, Richard Wrangham, un primatólogo inglés de la Universidad de Harvard, cuestionó esta concepción comúnmente aceptada argumentando que aprender a cocinar fue lo que había convertido a los simios en humanos. Según Wrangham, el ser humano tiene dificultades para digerir la carne cruda y cocinarla incrementa su valor nutricional. Wrangham demostró que el homo erectus aprendió a cocinar con fuego hace 1,8 millones de años. Un avance que confirió una ventaja evolucionaria que, en última instancia, se tradujo en la actual hegemonía del homo sapiens.
En un nuevo libro, Clive Finlayson, un zoólogo y paleontólogo que actualmente dirige el Museo de Gibraltar, ofrece otra perspectiva de los siete millones de años de evolución humana. Dicha teoría gira en torno al agua, en lugar de la comida, y afirma que la expansión del homo sapiens por el planeta fue motivada fundamentalmente por cambios climáticos y por el acceso a agua fresca. Los primeros ancestros del ser humano se trasladaron de la selva tropical a espacios abiertos, en un principio, tímidamente, aunque cada vez con más decisión. Estos seres permanecían cerca de los bosques —donde podían volver en busca de refugio bajo los árboles— y vivían en las orillas de lagos y ríos. Sin embargo, fueron ampliando su ámbito de forma gradual, refugiándose en cuevas cuando no encontraban árboles.
Entre tanto, el clima de la Tierra fue cambiando. El Pleistoceno Medio, que comenzó hace cerca de 800.000 años, se caracterizaba por ciclos recurrentes cálidos y fríos que provocaban duras sequías y glaciaciones. Las exuberantes selvas dieron paso a las estepas y las sabanas, e incluso, en ocasiones, a desiertos. Las épocas áridas empujaron a los ancestros del ser humano a otros lugares en busca de recursos hídricos. Durante estas épocas de presión evolutiva, los seres humanos desarrollaron extremidades más largas, perdieron peso y ganaron agilidad (estos los seres humanos eran más altos, ligeros y rápidos, abarcaban más terreno y podían encontrar comida y agua con más facilidad). Tal y como señala Finlayson: “El homo sapiens fue una respuesta evolutiva a la dispersión de los recursos hídricos, tanto en el espacio como en el tiempo. La mejora de la movilidad terrestre fue, ante todo, una respuesta a la necesidad de encontrar fuentes hídricas de forma rápida en un planeta que adolecía de sequía”.
Finlayson cuestiona la creencia de que los seres humanos migraron a lo largo de las zonas costeras para expandirse por el planeta y sostiene que “perseguían la lluvia” en dirección al hemisferio norte cuando aumentó la temperatura y, después, se movieron por las zonas más templadas. Cuando las temperaturas bajaban, migraban hacia el ecuador.
Entre los aspectos más interesantes del libro, cabe destacar el ejemplo de los Mardu, que se adaptaron al Gran Desierto de Victoria en Australia. El agua era un valor de gran importancia para los Mardu, por lo que se movían para encontrar lluvia valiéndose de indicios visuales para detectarla en grandes distancias. Cuando llovía, lo primero que hacían era recoger el agua de la lluvia de las charcas de arcilla en el desierto y únicamente se trasladaban en busca de recursos hídricos cuando estas charcas efímeras se evaporaban. Se trataba de gestionar los recursos hídricos de forma inteligente, algo que se debería tener en cuenta en la actualidad. ¿Acaso fue el agua lo que convirtió a los simios en humanos? Sin duda, el argumento de Finlayson resulta convincente.
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