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Feb 28, 2015 Redacción La Línea 0
Le correspondía al Partido Popular hacer el discurso del Día de Andalucía. Lo ha hecho esta mañana el concejal del Partido Popular, Joaquín Ferrá, quien con su habitual retórica ha provocado, como el mismo ha dicho, las sonrisas de todos los presentes en el evento por no entender muy bien como era el discurso que estaba pronunciando. El texto íntegro es este:
Señora Alcaldesa. Dignísimas autoridades. Estimados compañeros de Corporación. Señoras y señores. Amigos linenses. Con más dudas que certezas comparezco hoy ante ustedes para homenajear a nuestra Andalucía. Uno se presta fácilmente a estas cosas porque escribir o hablar sobre algo que se ama resulta tan sencillo como gratificante. Ya me ocurrió al principio de esta legislatura para hablar de nuestra ciudad y ahora, que la legislatura se acaba, para hacer lo propio por Andalucía.
Sin embargo, en un ataque quizá de osadía antes que de audacia, he querido hacer algo distinto. Es un riesgo que muchos calificarán de absurdo porque la originalidad es propensa a venderse tan bien en el éxito como tan mal en el fracaso. Pero yo me la juego.
El desarrollo de este tipo de discursos puede incluso esquematizarse. Yo debería empezar haciendo un recorrido histórico. Quizá debería hablar de la edad de los metales, de aquellos primeros homínidos europeos que se asentaron aquí. De tartessos, fenicios y griegos. De magistrados y senadores que Andalucía aportó al Imperio Romano o incluso de Adriano y Trajano, los dos emperadores andaluces de Roma. Puede que debiera hablar de visigodos y, sobre todo, del periodo andalusí que supuso un importantísimo cambio cultural y un avance glorioso para esta tierra, que tuvo a Córdoba como uno de los principales faros culturales y económicos del mundo. Igual debería hablar de esta tierra trimilenaria y de sus aportaciones culturales y artísticas pero eso supondría repetirme, ya que esto es algo que se ha hecho muchas veces en el pasado y va en contra de lo que yo buscaba desde un principio, que era algo de originalidad.
Así que me digo, “no Joaquín, hay que decir algo más”. Contar lindezas sobre el glorioso pasado de Andalucía, además de ser una obviedad, contrasta con el continuado martilleo que vive nuestra gente, con la letanía de cada nombre y apellidos que sufre, malvive y lucha por flotar en este diluvio de desempleo, escasez y confusión. Así es que, tratándose de un día en que magnificamos la fecha, como si se tratara de un evento de liberación andaluz a pesar de tanta encubierta esclavitud de andaluces oprimidos por las circunstancias, pensé en remitirme al Estatuto de Autonomía, y al referéndum del 28 de febrero de 1980 o incluso más atrás, a la Asamblea de Ronda de 1918, donde adoptamos bandera y escudo. Pensé en referirme a Blas Infante como padre de la patria. Pero todo esto también se había usado anteriormente hasta la saciedad. La cosa, por tanto, no iba nada bien.
Descartado el viaje histórico, me planteé hacer comparativas con otros pueblos de España. Quería dejar claro el enorme potencial de Andalucía, por su mayor patrimonio cultural, por el regalo con el que la naturaleza nos ha obsequiado, y que no parece haber servido para que tengamos un mayor peso político en el resto de la nación. Establecer diferencias culturales y religiosas, sin embargo, no fue sencillo, quizá porque lo que hace verdaderamente grande a Andalucía es que hemos contribuido a engrandecer otras comunidades. Puede que hayamos dado tanto de beber a los demás que acabemos confundiéndonos con todos siendo tan únicos. A lo mejor deberíamos haber bebido más nosotros, pero eso nos convertiría en otra cosa, no en andaluces. Y como no quería que mis palabras sirvieran de ataque a nadie sino de estímulo a todos, también decidí dejar de lado las comparaciones.
“Piensa, Joaquín, piensa”, me decía. Se me pasó por la cabeza utilizar algunas dosis de humor. Podría empezar desgranando el himno andaluz, ese “andaluces levantaos”, que deja patente que fue en esta tierra donde se inventó la siesta hasta exportarla al resto del mundo… que se lo pregunten a los japoneses, que le tienen un apego y un oficio a la siesta sin rival. O aquello de “pedir tierra y libertad”, cuando lo que piden los andaluces es trabajo y mejores hipotecas… Pero también rechacé la idea. A menudo, el sentido del humor no siempre es bien recibido y seguro que alguno nos sale mañana con que quise ir de chistoso en un día tan importante y bla, bla, bla… definitivamente, el humor no podía ser una opción.
Luego pensé en algo relevante y que yo, fíjense mi torpeza, no había advertido… estamos a un mes de la celebración de unas elecciones autonómicas… y yo doy este discurso… y yo represento al Partido Popular… Sería un buen momento para politizar mis palabras y hablar de la importancia que tiene para Andalucía y los andaluces lo que decidamos el mes que viene. Podría hablar de la responsabilidad y del compromiso. Podría aportar datos económicos, sobre sanidad y educación que demuestran que vamos en el furgón de cola de España. Podría hablar de la subvención como forma de vida, del victimismo y del progreso… pero eso no estaría bien. Tenemos que reconocer que también se ha hecho en otras ocasiones y yo pretendía hacer algo distinto, tenemos que reconocer también que a nuestra alcaldesa se le ha torcido el gesto al oírme decir esto aunque yo ahora mismo no la vea y que algunos compañeros de Corporación se sonríen por lo bajo mientras otros desean que se me seque la lengua ahora mismo… tranquila, Alcaldesa, no iré por ahí, pero no lo haré por otro motivo: porque tengo plena libertad para no funcionar al dictado de nadie y porque utilizar este momento para obtener ventaja electoral me daría cierto pudor encubierto de promesas discordantes. No voy a criticar al partido en el gobierno de Andalucía hoy, a pesar de mi compromiso irrenunciable a protestar continuamente… cualquier día me echarán de mi casa por protestón… Yo reconozco el gran esfuerzo realizado en Andalucía en las últimas décadas aunque también reconozca que no es suficiente. Huiré de cacofonías, fantasmas y héroes, especialmente porque todos somos responsables o sospechosos de algo, pero siempre estaré dispuesto a apostar por la esperanza en el valor. El valor de ofertar una gran alianza de todas las fuerzas políticas, de una lucha en equipo por lo nuestro, de un trabajo de todos y para todos, mirando al futuro pero sin quitarle un ojo al pasado… para aprender de él y no repetir nuestros errores… pero detente, Joaquín… dirán que eres un romántico, que confías en la voluntad de quienes escuchan utilizando las palabras oportunas… y seguro que tendrán razón. Mi oficio han sido las palabras y tampoco puedo dejarme llevar.
De esta forma, decidí dar un nuevo giro. ¿Por qué no deshacerme en elogios? Se supone que es día de eso. ¿Por qué no hablar de la princesa de las ferias en lugar de la reina de los parados? ¿Por qué no hablar de esta tierra, que cura con incienso las heridas de otros señores del norte, que escupen sobre nuestra blanca y verde? ¿Por qué no decir que la belleza es su destino, que la rosa enmudece ante ella cuando inunda sus estancias desnudas? ¿Por qué no recalcar que Andalucía es esa dama que se entrega, entre voluptuosa y desprendida, igual ante el nativo que con el visitante? ¿Por qué no hablar de una tierra que llora bailando, que se lamenta entre saetas y que se pinta como nadie las sonrisas en el mes de febrero? ¿Por qué no hablar de los besos de Andalucía en cada amanecer, como versos apetecidos trasnochando el sentir? Su fragancia toda acariciando el mar y el monte. El corazón deseando en silencio volver en la distancia. La nostalgia de su lecho como la campana de su tañido, incrementando los fervores del alma. El asombro por el beso con el que nos mece en las olas convirtiéndolo todo en verso azul y latitud sureña. Cada tarde de otoño paseando por sus viejos parques o sus grandes plazas, por sus largas calles o sus hermosos patios, del jardín a la fuente, de la fuente al jardín. La belleza, la melancolía, la decadencia de vida, de soledad acompañada, de una alegría escondida en cada rincón, sorprendiéndonos como un niño travieso ansioso por seguir jugando. El encierro de las palabras tras los labios, esperando el momento propicio, la húmeda brisa, el achuchón en un portal y el beso desde un balcón. El arte de las miradas, la gracia de las manos, el tiempo estremecido anhelando sonrisas y labios. La pausa en todo. Andalucía aguardando en el sentir de las sombras y la plenitud de la luz, con esa danza sexual con la que nos vuelve a poseer. Durmiendo como mujer en nuestros sueños, propietaria de sí misma y, sin embargo, tan entregada. Espejo puro de fantasía, de la memoria al abismo. Realidad cotidiana de lúcidos poemas. Poetisa única, abierta, sosegada. Flor principal en la que se miran todas las flores. Sentimientos, emociones, levadura de la vida. Palabras inventadas semejantes a la realidad y, en su ausencia, rostro difuminado… verso silenciado… mar superviviente en el crepúsculo… poemario desplomado en la brevedad del ripio… sombras que sólo levantan el vuelo al volver a Andalucía, donde la luz se adueña de los poros…
Pero entonces me dirán que he ido de listo o de pregonero. Dirán que he dedicado este momento, desde esta tribuna, para lanzar palabras floridas, alabanzas folclóricas y piropos amanerados a esta tierra a la que, por descontado, todos los que estamos aquí amamos profundamente… y a lo mejor también tienen razón.
Pensé, entonces, desde la rabia de quien quiere ser más y mejor, qué quiere un andaluz para su tierra. Sabemos que hasta un ladrillo quiere acabar por convertirse en una catedral así que, como andaluz de a pie, ¿en qué tenemos que trabajar para engrandecer esta tierra que amamos? Esta tierra de tomillo y romero, campos de trigales y mareas de jornaleros y trabajadores sin trabajo, esta Andalucía de ocho hermosas capitales que han visto crecer la economía de los de arriba mientras mantiene las rentas más bajas de España, quiere menos flores creciendo a la vera de sus cruces, quiere dejar de servir sólo para el dinero fresquito del turismo, quiere rebelarse ante los proyectos que duermen el sueño de los justos, quiere darle la vuelta al puñetero informe PISA y dejar de ser el chiquillo lleno de churretes, la O con el canuto y los palos de ciego dados sin convicción y sin fe. Andalucía, la tierra de azahares en el aire, mares, sol y nieve, quiere dejar de ser un combatiente herido de muerte, quiere dejar de ser herida sangrante que no cauteriza, quiere abandonar el dinero de dromedarios, el cuarto de baño para quince y los lances de toreros y folclóricas. Andalucía no quiere ser culebrón televisivo ni ser el trasero de un país en el que discuten los de norte, este y oeste. No quiere ser cenicienta con cuatro duritos antiguos al dar las doce. Andalucía quiere ser más que temporal en alta mar, lunares y flor, romería, semana santa, feria y carnaval, quiere esperar algo más que la lluvia para su tierra. Además del arte desbordado, los olivos que se queman por el sol en Jaén, los langostinos de Huelva, los aromas moros de Granada y Córdoba, la historia y orgullo de Sevilla, las letras de Cádiz, los cultivos de Almería y las notas musicales y pinturas playeras de Málaga, Andalucía quiere tener para un pucherito, quiere rescatar a criaturas de la miseria, quiere dejar de parir emigrantes, quiere dejar de recibir golpes de señoritos disfrazados de políticos, quiere ser grande y rica, quiere que sus hijos se pongan de acuerdo para ponerla donde se merece, en un lugar más alto de donde está ahora.
Pero, en este ataque de rabia, te dirán que eres reaccionario y beligerante, Joaquín… dirán que te vuelves a pasar de listo. Dirán tantas cosas… y correré el riesgo de quedarme sin saliva por insistir en nuestras imperfecciones como estímulo para mejorar, para “ser” en lugar de “no-ser”. Que la confusión no nos lleve a convertirnos en aquello que criticamos, que vivir nos haga mirar siempre hacia adelante.
No obstante, ante el temor a equivocarme, a provocar que alguien pueda sentirse mal por ambicionar mejorar, también cambié de opinión. Y así, vencido por la adversidad o por mis propias dudas, no he encontrado más remedio que capitular y he decidido reducir este discurso a un simple alegato: Andalucía no debe ser un pueblo ni una región, no debe ser un sentimiento ni una idea o un proyecto… Andalucía es y debe ser nuestra necesidad.
O mejor aún, puedo prescindir de tanta dialéctica, de tanta originalidad pretendida, y reducir este discurso a una sola y conocida proclama: ¡Viva Andalucía!
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